3.06.2007

Iluminación

Dejo su trabajo, a su esposa, a sus hijos. Se marchó al bosque, a la selva, a la montaña. Quería saberlo todo de las almas tranquilas, pero allí le pareció que más bien eran personas sin idea del exterior. Se marcho al desierto, ayuno, busco árboles ardientes, rezó, hizo centenas de peregrinaciones. Se convenció de que los místicos en realidad no saben nada, buscan que algo o alguien les diga la respuesta. Practicó yoga, meditación, artes marciales. Se marchó a una isla desierta. Escaló montañas. Se lanzó al vació. Nada le ayudo. Al volver, solitario, abandonado, derrotado, intentó retomar una vida de normalidad. A los pocos días, tomando una taza de café, llegó lo que esperaba. Encontró la verdad, la única, la universal. Lo encontraron muerto al día siguiente, una pistola en una mano y una nota en la otra: "Abrir los ojos, abrirlos verdaderamente, es terrible…".

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