12.11.2006

Rutinario

El rostro del político se ve enmarcado por un círculo negro. La cruz apunta a su frente. A cientos de metros, desde un edificio, el asesino espera el momento perfecto y dispara. Sale de la habitación minutos después. Pasa por recepción, llega a su auto. Se quita el bigote y barba artificial, también la peluca, se quita la faja que esconde a sus pechos. La chica saca un cigarrillo, maneja de regreso a casa.

La mujer fatal en medio de la pista. El ruido, el alcohol, el humo, el narcotraficante seducido por el cuerpo. Ella lo lleva, entre susurros y mordidas sutiles, al callejón. Allí la chica no espera a que él le meta mano, antes le entierra la daga en la garganta. Toma después un taxi. En su habitación se despinta, se quita el vestido, la peluca. El asesino toma un baño, después se masturba para recobrar la masculinidad.

El anciano policía llega al lugar pactado. El soplón se acerca con miedo. ¿Es seguro?, le pregunta después de que el viejo se identifique. Claro, dice el otro, al tiempo que se acerca y de un movimiento le rompe el cuello. Camino a su departamento el joven se deshace del disfraz.

Poco antes de dormir los tres reciben un mensaje, la siguiente misión. Ninguno sueña esa noche, están hartos de la rutina.

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