El viejo estaba preocupado por la creciente cantidad de faltas. Decidió imponer castigos económicos a quién se ausentará sin razón. A los días comprobó la ineficacia de esta acción: Quito todos los asuetos. Nada. Pensó mejor las cosas. Propuso una alternativa, premiar a la puntualidad y la asistencia. Ni las gratificaciones ni los premios parecían terminar con esa racha de faltas. Cansado de no encontrar a nadie en su puesto de trabajo el viejo se encerró en su oficina a tomar un vaso de coñac. Afuera, el grupo de demolición se preparaba a hacer explotar la antigua fábrica abandonada.
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